En el corazón de Jordania se encuentra la antigua capital del reino nabateo, una ciudad esculpida en piedra y escondida en un angosto valle, zona clave para el comercio y ruta de las caravanas.
Texto y fotos:
Irene García (Una vida de aventuras)
La ciudad se mantuvo en secreto para los occidentales durante mucho tiempo, y gracias al suizo Johann Ludwig fue redescubierta en 1812. El explorador, pasó años estudiando árabe y haciéndose pasar por musulmán para poder acceder a esta ciudad escondida en las montañas. Prometió a los guías que no revelaría su ubicación y así fue, hasta que cinco años después de su muerte se publicaron sus recuerdos de Petra.
La entrada a la ciudad es sobrecogedora. A través del Siq, una estrecha garganta rocosa, y siguiendo el curso de los acueductos excavados en la piedra para canalizar el agua, se vislumbra, como a través de una cerradura, el edificio más emblemático de Petra, el Tesoro. Una fachada imponente que brinda un instante mágico cuando el angosto desfiladero de paredes verticales de 40 metros de altura, que cambia de formas y colores en cada recodo, se abre. Es una de esas vistas que emociona, te traslada en el tiempo y te hace soñar.
El Tesoro, la imagen más emblemática de Petra, también ha sido escenario de películas como Indiana Jones y la última cruzada, cuando Harrison Ford cabalga por la gruta en busca del Santo Grial. Sin embargo, esta enorme fachada esculpida en la roca es solo una muestra de la grandeza de esta civilización; en Petra hay más de mil tumbas monumentales excavadas en las montañas, que aunque han sufrido terremotos y se han erosionado con el paso del tiempo, se aferran con fuerza a la roca. El interior del Tesoro está vacío, como el resto de construcciones nabateas, simplemente es una sala hueca cuya única decoración emana de las vetas de arenisca, que regalan al visitante una paleta de colores rojizos, amarillos, blancos y azules de ensueño.
La ciudad fue saqueada en varias ocasiones, pues los beduinos creían que la urna que corona la fachada del Tesoro guardaba exactamente esto, un tesoro. A pesar de los numerosos ataques para romper la urna y los impactos de bala, esta fachada es la mejor conservada de Petra. Aunque nada tiene que envidiarle al Monasterio, el edificio más grande de la ciudad. Para acceder a él hay que atravesar varias gargantas en un trekking bajo el sol de aproximadamente una hora, aunque también hay quien prefiere un cómodo pero peligroso ascenso en burro por los desfiladeros. Desde el Monasterio también se accede a un mirador desde donde se aprecian las altas y abruptas montañas, cuyos colores se entrelazan creando una panorámica de ensueño.
La ciudad también cuenta con un teatro romano esculpido en la roca con capacidad para 10.000 espectadores que construyeron los nabateos y que después ampliaron los romanos. Sin duda alguna, Petra es una ciudad de sorpresas, sueños y aventuras que no deja indiferente a sus visitantes. En este lugar la imaginación vuela, y aún más cuando cada hora que pasa el sol pinta el lugar de un color diferente. Sus atardeceres son mágicos, pues bañan la ciudad de rosa mientras los turistas se acomodan en alguna roca para disfrutar del momento, y es que Petra es una ciudad de momentos, pues brinda los más espectaculares e inolvidables.
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