Una fresca mañana de abril el pueblo amanece con el mar embravecido. Cuatro valientes hacen frente a las crispadas olas subidos en sus tablas de surf. En la playa, el viento levanta la fina arena empujándola con fuerza contra las pocas personas que a esa hora pasean sus perros. El invierno da sus últimos coletazos y el pueblo empieza su despertar tras su larga hibernación.
De buena mañana los escasos vecinos que habitan el pueblo durante el periodo hibernal se desperezan y se disponen a poner a punto sus comercios que llevan cerrados o, cuanto menos aletargados por falta de clientes, desde finales de septiembre del año anterior cuando los últimos turistas rezagados regresaron a sus lugares de origen.
En pocas semanas el sol y el calor se va a adueñar del día a día y con ellos volverán la riadas de turistas en calzón corto y chanclas, en su gran mayoría ávidos de playa, paella y sangría.
Un grupo de jubilados juegan a la petanca en la arena ajenos al palpitar del pueblo. Los servicios municipales se aprestan a dejar las duchas, las papeleras, los puestos de vigilancia y la arena a punto de revista. A finales de mayo principios de junio se dará el tiro de salida de cuatro meses en los que el pueblo volverá a latir con fuerza antes de que, un año más, su tono vital vuelva a reducirse al mínimo con la llegada del otoño.
Serán cuatro meses en los que las entidades de ahorro locales deberán acumular capital para la subsistencia de los ocho meses restantes. Las calzadas, las aceras, los edificios construidos para ser habitados tan solo cuatro meses al año a lo sumo, han de ser restaurados tras ocho meses de inactividad. Meses en los que nadie los ha usado y en los que la climatología adversa les puede haber pasado factura.
Cuatro meses en los que los hoteles, cerrados a cal y canto en su mayoría, volverán a vivir la vorágine de los desayunos, comidas y cenas, entradas y salidas de clientes, personal que hay que contratar como cada año y que a finales de septiembre va a ser despedido, como cada año.
Pueblos situados en la costa y bendecidos con su vecindad con el mar, sufren el martirio de tener que nacer y morir cada año. En mayor o menor medida pueblos como Tossa, Calella, Calafell, Salou, Peñíscola, Oropesa, Gandía, Benidorm, Fuengirola o Zarauz, despiertan estos días de su hibernación para acumular energía con la que sobrevivir los meses de frío, mal tiempo y poco sol.
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