Dicen que todos los tonos del verde se encuentran en Sri Lanka. Que a medida que va cambiando el paisaje puedes apreciar la variedad; desde el verde lima de los campos de arroz hasta el verde oscuro de las palmeras, pasando por el turquesa del mar. Dicen que el esrilanqués, más que hacer, está. Vive y deja vivir, y contagia al viajero de un espíritu pacífico y sosegado. Poco a poco van dejándose atrás las prisas y el estrés característicos del turista que quiere verlo todo, arriesgándose a quedarse sin nada.
Texto: Judit Vela
Fotografías: Tuareg
Video: Oficina de Turismo de Sri Lanka
Dicen y tienen razón. No hace falta mucho tiempo en el país para descubrirlo. Sólo llegar nos invade esa agradable sensación de tranquilidad, que contrasta con la intensidad de la luz, de los colores, del olor a especias y del calor húmedo. Sri Lanka es un país que sorprende por su variedad. Al contrario de lo que uno pueda pensar o imaginar antes de venir, no solo estamos ante un destino de playa idílica. Sri Lanka es más y es menos, es la lágrima de la India pero también la sonrisa, es afrutada y picante, acogedora y reservada. Es la tierra de los mil nombres.
El triángulo cultural
Quien más quien menos conoce algo sobre los mayas y los aztecas. Parece ser que se llevaron toda la fama sin dejar nada para los demás. Por ello, cuando la guía nos explica que en Sri Lanka existió una cultura milenaria experta en sistemas de riego, tanto o más avanzados que los impantados por los egipcios, no podemos dejar de sorprendernos. Nos empapan de conocimiento mientras visitamos templos, ruinas y ciudades, muchas declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO. La mayoría, además, con nombres imposibles para nosotros. Cada uno le da su toque personal al pronunciarlos mientras los demás ríen al escuchar la nueva versión.
Anuradhapura, Polonnaruwa y Sigiriya forman el denominado triángulo cultural. No recordaremos sus nombres, pero sí la larga cola de gente antes de subir a la cima de la roca León en Sigiriya, a 285 metros de altura, y lo mucho que vale la pena esa espera. Su posición elevada nos regala una vista panorámica de 360 grados tan espectacular que al instante olvidamos el esfuerzo de la subida. Nos hallamos rodeados de jardines y de una vegetación tan espesa como infinita.
A nuestro alrededor vemos y oímos a más esrilanqueses que a turistas, ya que el estado da un día de fiesta a los trabajadores de sus empresas y los lleva a visitar un lugar del país. Este año los trabajadores de la confección visitan Sigiriya. Gracias a ello podemos ver a tantas mujeres luciendo elegantes vestidos de colores. Nos sentimos frustrados al comprobar que nuestras cámaras no logran captar la belleza del lugar, pero sabemos que la visita se ha impregnado de un aire auténtico que permanecerá en nuestra memoria.
Tapices de té
Sin embargo, la roca León en Sigiriya no es, ni de lejos, la zona más alta del país. Cambiamos radicalmente de paisaje. Dejamos atrás esa primera parte cultural y nos dirigimos hacia el verdadero techo del país, hacia las inmensas plantaciones de té en montañas que parecen tapices. Bajo el sol, las mujeres tamiles recolectan hojas a una velocidad récord, cargando en sus espaldas sacos llenos de cosecha y desafiando la gravedad sobre un terreno desigual. Enfundadas en sus saris de colores, nos sonríen a pesar del esfuerzo, como si nuestra presencia allí hiciese más ameno su trabajo.
Sri Lanka es el mayor exportador de té del mundo. Nos encontramos en el centro del país, en una ciudad colonial llamada Nuwara Eliya o, coloquialmente, "Little England" (Pequeña Inglaterra). El famoso té de las cinco, tan típicamente inglés, proviene de estos campos de cultivo y puede saborearse gracias a las curtidas manos de estas mujeres. La pureza de su aroma invade el lugar, y la temperatura es mucho más agradable aquí arriba, en las Tierras Altas de Sri Lanka.
Llegamos en tren y marchamos en tren, el mejor medio de transporte para apreciar el lugar. Parece de juguete y serpentea entre paisajes bucólicos y pintorescos, recorriendo tranquilo las laderas de montes y colinas a 2.000 metros de altura. Desde la ventana, la niebla nos induce a creer que viajamos por encima de las nubes. Quizás no es el más confortable del mundo, pero viajar en él nos da la oportunidad de compartir impresiones e intercambiar sonrisas con los lugareños.
Paz interior
Una visita a la colosal estatua de Buda, de 12 metros de altura, esculpida en roca de una sola pieza. Un paseo en barca por el río Madu, observando a los típicos pescadores zancudos y su peculiar forma de pescar. Una jornada de descanso, rodeados de palmeras, arena blanca, playas desiertas y tropicales… En esta ocasión, el mar está demasiado bravo y movido para permitirnos nadar en él. Es el riesgo que corremos si visitamos el país en época de monzón. Lo que sí podemos es contemplar las olas de un paisaje costero que, sorprendentemente, no recibe aglomeraciones de turistas. Todo ello, mientras disfrutamos de los mejores sabores del país: piñas, cocos, bananas de mil tipos…
Nunca habíamos pensado que comer sano podía llegar a ser tan placentero. Aquí, la fruta y la verdura saben a néctar de dioses. Sus colores vivos y brillantes nos resultan más apetecibles que nunca. Después de unos días hemos conocido muy de cerca la paz interior, la amabilidad, la paciencia y la felicidad oriental que tan necesaria es también para nosotros. Los ojos curiosos de los lugareños siguen fijándose en los grupos de viajeros con interés, a pesar de recibirlos durante todo el año sin descanso.
Nos hemos adaptado al ritmo lento del país, tan lento como el caminar de los elefantes que hemos podido ver y tocar en su hábitat natural. Despedimos la tierra del té, de los elefantes y de las sonrisas con una sensación de bienestar sin precedentes. Volveremos por gusto, pero también por necesidad. La necesidad de parar el tiempo, de pausar nuestra ajetreada vida y hacerla eterna. Tan eterna como Sri Lanka, la tierra de los mil nombres.
Reportaje realizado a partir de entrevistas con Pilar Petit (guía en Sri Lanka), Gemma Suñé y María A. Edo, viajeras.
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