Erasmus… ¡ay, el Erasmus! O habéis hecho uno o, seguramente, os quedasteis con las ganas. Una de dos. No hay más opciones. Visitando Montpellier dan ganas de volver a la universidad únicamente para elegir el Erasmus en esta joven ciudad. Pero, ¿y si no hiciera falta volver? ¿Y si pudiéramos plantarnos allí en menos de 3 horas desde Barcelona para escaparnos cualquier fin de semana?
Es así. Desde 2013, Renfe y SNCF, dos de las grandes, crearon una alianza que hizo posible viajar de España a Francia -y viceversa- en trenes de alta velocidad. Nada más y nada menos que conectando Madrid, Zaragoza, Tarragona, Barcelona, Girona y Figueres en España y Perpignan, Narbona, Beziers, Agde, Sète, Carcasona, Toulouse, Montpellier, Nimes, Aviñón, Aix en Provence, Marsella, Valence, Lyon y París en Francia.
Y es que… el tren, ¡ay, el tren! Y todo lo que tiene de bueno. Que les pregunten a los protagonistas de Before Sunrise. En un tren todo es posible. Desde leer un buen libro mientras tomas un café cómodamente hasta enamorarte de un desconocido tras un irresistible duelo de miradas. En un punto de nuestro trayecto nos sentimos flotando sobre el agua.
Y, de repente, Montpellier, que una vez perteneció a la Corona de Aragón y que hoy nos saluda con un sol como el que atrae a los extranjeros a España. Igualito. Y unos originales tranvías ilustrados. Cada línea representa un elemento: aire, agua, tierra y fuego (ya no tan parecido a lo nuestro).
Nos dirigimos al centro neurálgico de la ciudad: la Place de la Comédie, repleta de terrazas, cafés y gente por todas partes. En ella destaca la Opéra Comédie, con una fachada que recuerda sospechosamente a la de París, al igual que las de los demás edificios. Frente a la Opera, las Tres Gracias se erigen en una escultura que también hace de fuente. Nos cuentan que antiguamente estaba mal visto que tres cuerpos desnudos (aunque fuesen de piedra) se exhibieran en un espacio público. Hoy en día, los habitantes de Montpellier ni siquiera se paran a admirarla. Bien al contrario que nosotros, los viajeros. Nos sorprende lo muy limpia y cuidada que está la ciudad, a pesar de que casi una cuarta parte de los habitantes sean estudiantes. Qué malos son los tópicos.
La cultura se respira en el aire. Y se saborea, sobre todo si comes en un Centro de Cultura Contemporánea. En Montpellier es posible desde que La Panacée abrió sus puertas. Estamos en el único centro cultural en Francia que posee viviendas equipadas para los estudiantes. Haciendo honor a su nombre, “Panacea” -un antídoto que todo lo cura-, después del descanso y la visita nos sentimos con suficiente energía para continuar.
Por sus calles estrechas y empedradas encontramos desde medias bicicletas incrustadas en paredes de edificios hasta enormes trampantojos (pinturas que recrean fachadas), pasando por iglesias reconvertidas en museos. Arte urbano por doquier. Y leyendas. En Montpellier podemos descubrir el origen del famoso refrán sobre el perro de San Roque (sí, el que no tenía rabo). La ciudad puede visitarse en un día, pero precisamente por estos detalles merece la pena dedicarle, al menos, un fin de semana. Y perderse. Y volver a pasar por una misma calle para descubrir lo que antes no habíamos visto.
La Facultad de Medicina en funcionamiento más antigua del mundo está justo aquí. Entre sus muros estudiaron personajes tan conocidos como Nostradamus o Ramon Llull. Podéis imaginar lo emocionante que resulta visitarla. Y, como siempre, no podemos ignorar lo increíble de observar una ciudad desde sus alturas. En Montpellier, lo comprobamos una vez más desde lo alto de su particular Arco del Triunfo.
Montpellier, la capital de la región Languedoc-Roussillon, tiene todos los ingredientes para evitar que nos queramos marchar. Es combinación de lo antiguo y lo nuevo. Es universitaria y cosmopolita. Es la ciudad del sol. Entre los Aples y los Pirineos, a 7 kilómetros del mar. Llena de vida, diurna y nocturna. Y muy cerca. Lista para que la visitemos. ¡Pasajeros, al tren!
Agradecimientos a: