Texto y fotos: Josep M. Serra
Escocia hay que conocerla en coche, a nuestro aire. Nosotros recorrimos Escocia en coche durante siete días. Hicimos una ruta circular, pero podríamos haber hecho muchas otras. O sea que a Escocia siempre hay que volver, porque no te la acabas en una sola vez.
En este reportaje os explicamos nuestro recorrido en coche por Escocia, día a día. Fue maravilloso, pero cualquier otro recorrido que hagáis también lo será sin duda.
Llegamos a Edimburgo en avión y, tras recoger un coche de alquiler, nos dirigimos hacia el norte, hacia Perth, donde pasaremos nuestra primera noche. Dejamos la visita a Edimburgo para el final del viaje. Nuestra intención era visitar Saint Andrews antes de llegar a Perth, pero el enorme retraso del avión (gracias Vueling) nos hace desistir de la idea. Nos perdemos conocer esta población famosa por ser la cuna del golf, por su vida universitaria y sus ruinas medievales. Otra vez será.
Dormimos en Perth, una agradable población en la que destaca la iglesia de San Juan.
Tras un copioso desayuno nos dirigimos a conocer el cercano Palacio de Scone, vivienda habitual del conde de Mansfield y su familia. Construido en 1580 y reconstruido a principios del siglo XIX es un magnífico edificio rodeado de un enorme y precioso jardín en el que pasean pavos reales. En el palacio se visitan estancias suntuosas, repletas de muebles y de obras de arte. Es un buen lugar para empezar a recorrer Escocia.
De Scone viajamos al pequeño y turístico pueblo de Pitlochry en cuya presa, construida en el rio Tummel, disfrutamos viendo subir a los salmones.
Tras visitar Piltochry nos dirigimos hacia Aberdeen por una carretera que atraviesa el Parque Nacional de Cairngorms, cuyas montañas forman la zona de terreno elevado más extenso de Gran Bretaña. La ruta es larga pero de una gran belleza. De hecho paramos cada dos por tres para hacer fotografías. Nos desviamos un poco para ver si es posible visitar el castillo de Balmoral, lugar de veraneo de la Reina, pero como imaginábamos está cerrado. Llegamos a Aberdeen y paseamos por sus calles que a estas horas están empezando a quedarse vacías. Esta ciudad está repleta de parques, jardines y bellísimos arreglos florales (no es por nada que Aberdeen haya ganado el galardón de “Mejor Ciudad” de Britain in Bloom 13 veces). Cerca del centro paseamos hasta la playa de arena y el puerto, uno de los mejores lugares de Europa para observar delfines, excepto el día que fuimos nosotros.
Nos dirigimos hacia Inverness, pero primero hacemos escala en Elgin donde disfrutamos con la catedral, o lo que queda de ella. Un visita realmente singular. Elgin es famosa por la elaboración de productos con lana cashmere por lo que no nos resistimos a la tentación de entrar en la tienda adjunta a la fábrica Johnston of Elgin que lleva cerca de 220 años fabricando prendas tradicionales de lana. Toda una tentación.
Desde Elgin nos acercamos a la costa para visitar el pueblo de Lossiemouth y su pequeño puerto flanqueado por dos playas de arena. En tierra la calma es total, algunas personas paseando por las playa aprovechando la marea baja, gaviotas ojo avizor por si pueden pillar algo de comer. En el cielo no paran de pasar aviones militares procedentes de la cercana base de la RAF situada hacia el oeste, en Moray.
Seguimos camino hacia Inverness, la principal ciudad y centro comercial de la Highlands (Tierras Altas). En esta ciudad desemboca el río Ness, cuyas orillas proporcionan unos agradables paseos hasta las Ness Islands. Estas islas llenas de pinos, abetos, hayas y sicomoros están comunicadas con las orillas mediante puentes peatonales victorianos y resultan un lugar ideal para hacer un pícnic.
Decidimos madrugar para poder llegar temprano al castillo de Urquhart, donde nos tememos que habrá una muchedumbre (como así es). La puntualidad tiene premio y podemos visitar las ruinas de este magnífico castillo con poca gente a nuestro alrededor, aunque pronto empiezan a llegar riadas de turistas. Estamos junto al lago Ness y no podemos dejar de pensar si vamos a ser los primeros en ver al famoso monstruo. Las vistas son excelentes y el lago enorme. El monstruo no aparece.
A la salida nos dirigimos a un embarcadero para hacer realidad uno de nuestros sueños: navegar por el lago Ness. La meteorología se alía con nosotros y deja caer una espesa niebla que se apoya sobre las aguas del lago. El paisaje se vuelve inquietante, al fondo se vislumbra el castillo a ratos, el paseo es muy reconfortante y realmente vale la pena.
Tras reponer fuerzas nos encaminamos otra vez al norte para visitar Fort George, un enorme fuerte de artillería construido en 1748 como base del ejército de ocupación británico en las Highlands. En definitiva un fuerte no para defender a los escoceses sino para defenderse de los escoceses. La construcción, que vigila el estrecho de Moray Firth, tiene un perímetro de cerca de dos kilómetros y para recorrerlo se tardan unas dos horas, siempre con vistas al mar. Entre otras curiosidades el fuerte alberga un cementerio de perros en el que están enterradas las mascotas de los oficiales.
Volvemos a dirigirnos hacia el sur por una carretera que bordea el lago Ness y nos depara magníficas vistas. Dejamos el lago atrás y atravesamos unas cadenas de redondeadas montañas en las que vemos numerosas personas realizando marcha nórdica. Un lugar muy agradable para caminar, sin duda. Tras un largo camino llegamos al lago Lomond done queremos visitar el acuario (somos muy aficionados a visitar acuarios). Éste no es muy grande pero hay una buena variedad de tiburones, de punta negra, de punta blanca, tiburones gato, un tiburón albino, un martillo y unos alucinantes tiburones tapiz.
Después del acuario nos dirigimos a la ciudad de Helensburg donde sobreviven numerosas mansiones de cuando fue una importante ciudad balneario. Ahora se ha convertido en una ciudad dormitorio debido a su proximidad con Glasgow, ciudad que, por cierto no vamos a visitar esta vez. Antes de cenar paseamos por el agradable paseo marítimo.
Salimos de nuestro alojamiento rumbo al castillo de Stirling, una fortaleza que ha jugado un papel fundamental en la historia de Escocia. Desde las murallas del castillo se ven los escenarios de dos grandes batallas entre escoceses e ingleses: Stirling Bridge (1297) y Bannockburn (1314). En el Stirling Bridge se produjo la decisiva victoria de William Wallace, que se conmemora en el cercano National Wallace Monument, y que fue inmortalizado en el cine por Mel Gibson en el film “Braveheart”. En el interior del castillo hay numerosos lugares interesantes y sorprendentes aunque, por encima de todos, destaca el Great Hall, la mayor sala de banquetes construida en Escocia. Su promotor fue Jacobo IV en 1503. Tras visitar el centro del pueblo y acercarnos al National Wallace Monument, nos dirigimos a Edimburgo.
Edimburgo es una gran ciudad coronada por un gran castillo cuya visita es imprescindible, y en cuyo interior se encuentra el Palacio Real. Las guías dicen que este castillo es el monumento de pago más visitado de Escocia. Y no nos extraña porqué ya al entrar hay una larga cola. Desde el exterior se disfruta de unas espléndidas vistas sobre la ciudad. Y en su interior podemos admirar los Honours of Scotland, es decir la corona y el cetro de Escocia y la espada del Estado, símbolos escoceses que se usaron por primera vez en la coronación de Maria Estuardo en 1543.
Tras el castillo lo mejor es recorrer la ciudad y su Royal Mile (Milla Real) que cuando la visitamos nosotros estaba animadísima en pleno Festival de Teatro de Edimurgo.
Como hemos alargado un día más y nuestro avión no sale hasta el mediodía, decidimos madrugar para acercarnos a la cercana Rosslyn Chapel, la enigmática iglesia en la que se rodaron las últimas escenas del film “El Código Da Vinci” basado en la famosa novela de Dan Brown. Fue construida a mediados del siglo XV y en ella no hay un rincón que no sorprenda al visitante. Además de flores, vides, ángeles y figuras bíblicas, las piedras talladas muestran muchos ejemplos del “hombre verde”, un antiguo símbolo pagano de la fertilidad. Otras figuras están asociadas a la masonería y a los templarios. Hay investigadores que piensan que la Rosslyn Chapel es una especie de almacén templario secreto, y se ha llegado a afirmar que bajo la capilla hay sótanos que podrían esconder desde el Santo Grial a la cabeza de San Juan Bautista.
Un bello final para un bello viaje.
Vaya por delante que la mejor ruta por carretera del mundo es aquella que uno mismo ha recorrido, aquella en la que hemos vivido experiencias inolvidables ya sea en compañía o solos, aquella que jamás vamos a olvidar. Fuera corta o larga esa es la mejor ruta del mundo para cada uno de nosotros. También habrá quien todavía no haya vivido la experiencia de viajar por carretera con el único objetivo de disfrutar del camino. Para éstos la editorial Lonely Planet acaba de editar un libro a modo de inspiración. “Las mejores rutas del mundo por carretera”.
Texto: Josep Maria Serra
“Hace apenas media hora que inicié mi viaje por las Montañas Rocosas de Canadá y ya he tenido que frenar en seco. Un alce ha decidido aparcar en mitad de la carretera. Está plantado en mitad del camino, masticando hierba. Llevo esperando 10 minutos y no se ha movido ni un ápice”. Anécdotas como ésta con la que Oliver Berry inicia la ruta Icefields Parkway de Canadá, son las que se instalan en nuestro recuerdo. Muchas veces olvidamos de donde partimos o adónde nos dirigíamos, pero nunca olvidamos un contratiempo, algo que nos llamó la atención o qué pasó un día que nos perdimos. Al final de la vida nuestra memoria está llena de anécdotas y para quienes gustan de viajar muchas de ellas han sucedido mientras nos trasladábamos de un lugar a otro.
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla" Gabriel García Márquez
El libro “Las mejores rutas del mundo por carretera” está lleno de anécdotas. Y también está lleno de ideas y propuestas para viajar por los cinco continentes, explicadas por grandes viajeros que las han recorrido personalmente. Muchas de las rutas propuestas son conocidas, como la Ruta 66, la Pacific Coast Highway de California, la Wild Atlantic Way en Irlanda o la Great Ocean Road en Australia, otras son propuestas sencillas para viajeros tranquilos y también las hay para los más atrevidos como algunas rutas por Vietnam, Bután, Pakistán o Nepal.
Los viajes por carretera requieren poca preparación (un vehículo en condiciones acostumbra a ser suficiente) y se pueden hacer solos o en compañía. Las rutas que se proponen en el libro son de lo más variado. Algunas duran unas horas, otras un fin de semana y las hay que necesitan más de una semana. Hay rutas que bordean mares como la de “Las tres cornisas de la Costa Azul” y otras que atraviesan cordilleras como la “Ruta circular de Katmandú” o desiertos como la que va de Alice Springs a Darwin en Australia. También las hay culturales como la de los ”Castillos del Loira” en Francia o la que recorre bodegas de la Rioja, o las que permiten descubrir fascinantes paisajes como la Lonesome Pine que atraviesa la Cordillera Azul en Estados Unidos.
“Es media mañana en la costa este de Islandia, pero parece de noche. La niebla cubre la carretera, y tierra, mar y cielo se funden en un gris espectral. A veces entre lo plomizo brotan cimas negras, y los desgarros de la nube revelan súbitos retazos de costa: rocosos acantilados, dunas herbosas, playas de arena negra. Las gaviotas bailan en el viento”. Con esta poética descripción inicia Oliver Berry su “Círculo mágico” alrededor de la isla de Islandia. Y es que las carreteras no son el asfalto. Son aquello que lo envuelve, que nos envuelve y que nos hace mirar a un lado y a otro. Que nos hace parar junto el camino para poder memorizar un instante. Para ello hay que viajar sin mirar el cuentakilómetros ni el reloj, sin programar el GPS, dando al destino la oportunidad de perdernos. Solo así nuestro viaje habrá valido la pena y lograremos retenerlo en nuestra memoria.