Impresiona. Impresiona mucho. Aunque uno haya visto a lo largo de su vida muchas iglesias y muchas catedrales, el primer contacto visual con la catedral de Albi, en el corazón del departamento del Tarn, al sur de Francia, impresiona. No es fácil encontrar algo similar, con su esbeltez, su altura, su sobriedad. Y no es ajeno a todo el hecho que la catedral esté construida íntegramente con ladrillos.

Catedral de Albi
La Catedral de Santa Cecilia y el Palacio Episcopal de Albi, desde la otra orilla del río Tarn

Texto y fotos: Josep Maria Serra

A distancia, la catedral de Santa Cecilia, en Albi, rodeada por el Palacio Episcopal, ofrece una imagen pétrea, imponente. De cerca produce vértigo. Su campanario, de 78 metros de altura, se eleva al cielo de forma vertiginosa, y su planta, 113 metros de largo por 35 metros de ancho, la convierten en el mayor edificio del mundo construido íntegramente con ladrillos. La sobriedad y la humildad del ladrillo contrastan con la densidad de la construcción que llegó a formar parte de la muralla defensiva de la ciudad. Sus estrechos y altos ventanales y los redondeados contrafuertes que sobresalen del muro como si fueran toberas de lanzamiento le dan un aire como de nave espacial. Si nos colocamos al otro lado de la plaza Santa Cecilia y la miramos fijamente un buen rato, podemos llegar a pensar que en cualquier momento va a despegar rumbo al cielo.

Catedral de Albi
Vista de cerca la altura de los muros producen vértigo

¿Y qué dicen las guías turísticas de esta maravilla declarada con todo merecimiento  Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO? Pues que fue construida en el siglo XIII y finalizada entre los siglos XV y XVI en estilo gótico meridional. Que junto a ella se construyó el Palacio Episcopal, también declarado Patrimonio de la Humanidad y que hoy alberga entre sus gruesos muros el Museo Toulouse-Lautrec, con la mayor colección de obras de este artista nacido en Albi en 1864 en el seno de una adinerada familia y fallecido en 1901 a los 36 años de edad. Por cierto hablar de muros gruesos no es un eufemismo, ya que algunos llegan a alcanzar un grosor de 7 metros.

A todo esto es lícito preguntarse ¿a quien o a qué se debe la construcción de una catedral de esta envergadura?. En pocas palabras podemos afirmar que fue construida gracias a los cátaros o más bien a pesar de ellos. Entre los siglos X y XIV, los cátaros fueron extendiéndose por toda Europa, pero fue en Occitania donde lograron una presencia más destacada. Precisamente en Albi se congregó una abundante población de cátaros que, a menudo, son llamados albiguenses por este motivo. El catarismo preconizaba que había que seguir los preceptos de Jesucristo y el sermón de la Montaña,  y abominaban del derroche y la ostentación de la que hacía gala la iglesia católica. Esta humildad molestaba en gran manera a la iglesia oficial. Bernard de Castanet, nombrado obispo en 1276, fue el impulsor de la catedral. Quería demostrar a los cátaros que los católicos podían hacer algo grande, pero a la vez humilde. Eso sí, rodeó la catedral y el Palacio Episcopal de murallas por si su iniciativa no era del agrado de los habitantes del lugar. La construcción de la catedral duró 200 años y fue consagrada el 23 de abril de 1480 por el obispo Luis I de Amboise.

Hasta ahora no hemos hablado ni de los añadidos que, a modo de “tumor” se hicieron en el exterior de la catedral, ni del interior. En la puerta de entrada, a finales de la Edad Media se construyó un dosel de piedra que rompe la elegante monotonía del ladrillo. Con estilizadas esculturas, en los pilares se pueden ver dos relojes de sol que datan del siglo XVII y que fueron restaurados en el 2008. Uno mira hacia el este y da la hora por la mañana, y el otro hacia el oeste y da las horas por la tarde.

Traspasado este dosel de piedra se entra a otro mundo. La simplicidad de los muros exteriores deja paso a un interior totalmente decorado con frescos. De hecho no hay ni un solo rincón de pared o techo sin pintar. En total 18.500 metros cuadrados de pinturas. Los frescos de Santa Cecilia representan la mayor superficie de frescos del Renacimiento en Francia. Hay escenas, como el gran juicio final que rodea el altar, o decorados geométricos. En el interior también descubrimos el coro alto de los canónicos, el gran órgano Moucherel, un instrumento con dimensiones fuera de lo común (16,40 m de largo por 15,30 m de altura), o la Sala del Tesoro.

Tras visitar la Catedral de Santa Cecilia y el Palacio Episcopal con el Museo de Toulouse-Lautrec, toca pasear por los alrededores y disfrutar de las callejuelas y plazas que aún conservan edificios medievales. También es aconsejable cruzar el río Tarn por el puente medieval, uno de los mejores conservados de Francia, y disfrutar de las vistas desde la otra orilla.