No todos los días se puede dormir bajo un manto de estrellas a escasos metros del cráter de un volcán. Tras caminar 10 kilómetros cuando ya se ha puesto el sol, llegamos a la cima y olvidamos el miedo. Empezamos a aceptar la intensidad del momento y sentimos la potencia de la tierra bajo los pies mientras recorremos con la vista el lago de lava. Una sensación maravillosa e impactante a la vez. Localizado en el desierto de Danakil (en el cuerno de África), el volcán Erta Ale es la guinda de un viaje a Etiopía, concretamente a la región de la depresión Afar.
Texto: Judit Vela / Fotos: Tarannà
Dormir en la cima de un volcán justo al lado de su cráter no es lo único que impresiona de esta expedición. Basta con llegar a esta tierra para sentir lo que es estar en el fin del mundo, en el lugar más caluroso y más bajo de la tierra respecto al nivel del mar. En la verdadera cuna de la humanidad, donde se han hallado los vestigios de los primeros homínidos. La famosa “Lucy” Australopithecus Afarensis era etíope.
Sobrevivir entre dunas
Un paraje inhóspito, unas condiciones arduas para vivir. Y aun así, podemos apreciar cómo sus habitantes se sienten orgullosos y seguros de su tierra. Ellos son los Afar, la etnia mayoritaria en esta región desde hace más de 1.000 años. Pastores nómadas que se mueven en busca de pozos de agua y que encontramos en Etiopía, aunque también habitan en Eritrea y Djibuti. Sus peinados nos llaman la atención. Llevan el pelo en forma de diminutos tirabuzones, trabajo digno de unas manos prodigiosas. Visten faldas cuyos colores varían en función del sexo de la persona y viven en chozas llamadas ari.
Poco a poco vamos entendiendo que no son especialmente dados a la comunicación con extraños. Protegen su hogar con cierto recelo e inspiran respeto. Han sabido sobrevivir en un medio hostil, manteniendo siempre su dignidad. Todo queda más claro cuando vivimos anécdotas junto a ellos: en el grupo de viajeros hay un médico y una enfermera. En un poblado, una chica afar tiene una grave quemadura en el pie. La atienden como pueden y, a pesar del dolor, la joven no derrama ni una lágrima. Una gran lección para nosotros, débiles y quejumbrosos occidentales.
Ver a los afar trabajando es otra de las vivencias más cautivadoras de esta aventura. Su principal sustento es la extracción de sal. Ante la gran llanura, nos preguntamos cómo es posible trabajar a esas temperaturas. Pero allí están ellos, cortando en grandes trozos uniformes los bloques de sal y transportándolos en sus caravanas de camellos como hacían siglos atrás. Por fortuna o desgracia, pronto dejarán de ser caravanas de camellos y pasarán a ser camiones que circularán por la nueva carretera que está en construcción.
Joyas de la tierra
A 45 metros por debajo del nivel del mar, llegamos al volcán Dalol. Las fuentes termales descargan continuamente líquidos ácidos que nos llenan las fosas nasales con el olor del que parece ser el mismísimo infierno. Nos envuelve una explosión de colores: amarillos, verdes, naranjas, blancos, marrones… forjados por la química volcánica. La naturaleza consigue quitarnos el aliento con el espectáculo que nos ofrece. En este momento nos miramos y nos sentimos unos seres verdaderamente privilegiados en una región dura y remota, pero extraordinaria.
De mercado en mercado, también tenemos la oportunidad de pasear por ciudades como Assayita, la antigua capital del Sultanato Afar. En Assayita, muy marcada por la cultura musulmana, las temperaturas alcanzan los 54º en verano y, en invierno, no bajan de los 30º. Quizás por eso, aunque el viaje sea en plena época navideña, acabamos durmiendo fuera del alojamiento. Acostumbrados a las comodidades, a dormir en buenas camas y a beber lo que nos apetece en cualquier momento, quedamos fascinados cuando comprobamos que el verdadero placer está justo aquí: sobre un saco de dormir, admirando el cielo nocturno. Una sensación que ninguno de nosotros ha percibido en hoteles de lujo.
Toda Etiopía está salpicada de iglesias. Muchas de ellas excavadas en las propias rocas, como en el caso de la existente en la roca Wukro Cherkos. Nos transportamos a épocas remotas sólo con echar un vistazo a lo que tenemos alrededor. En el monasterio de Debre Damo, los monjes ascienden trepando por unas cuerdas. La famosa Reina de Saba era, supuestamente, una mujer etíope. Los restos de su palacio fueron largamente buscados hasta que en el 2008 un grupo de arqueólogos alemanes anunció al mundo el gran descubrimiento: en la antigua ciudad imperial de Axum, en el norte de Etiopía, se hallaban las ruinas del gran palacio. Y aquí estamos nosotros, preguntándonos cómo debió ser la vida palaciega para la legendaria soberana mientras observamos la piedra castigada por los años y los elementos.
En cuerpo y alma
Todos los viajeros tenemos un mismo objetivo: adentrarnos en una tierra desconocida, en el corazón de África. Un lugar del que todo el mundo ha oído hablar, ha leído libros o ha visto documentales, pero que pocos conocen en primera persona. La fotografía y el vídeo pueden jugar un papel fundamental en nuestro viaje, pero lo verdaderamente importante es estar aquí y conocer de primera mano a sus gentes, contemplar sus paisajes, sentir sus olores y disfrutar de las puestas de sol más espectaculares que se puedan imaginar.
Carretera solitaria en el Desierto de Danakil, Etiopía
En la región más árida y cruel del mundo, un simple aguacero tormentoso nos trastoca los planes del viaje. El polvo fino del desierto se torna espeso y pegajoso, con lo que nos resulta toda una peripecia cruzar con coches el terreno. Aun así, con ganas y espíritu es fácil superar obstáculos como éste, el calor o las horas de viaje. Ver como cada miembro del grupo busca solución a esos momentos es realmente curioso. Y, al final, todos acabamos sintiéndonos como grandes exploradores, a pesar de que éstos viajaban a lomos de un camello y no en un 4x4 con aire acondicionado.
Complicaciones como estas, además, son menos duras cuando se comparten. En una expedición en grupo es muy probable encontrarse con viajeros reales, aventureros y apasionados. Sin embargo, es igual de importante aprender a disfrutar individualmente de las sensaciones que se viven cada día y de la conexión con la naturaleza. La falta de intimidad también está presente, pero forma parte de la autenticidad del viaje. De todo ello en conjunto acaban surgiendo amistades duraderas que uno nunca habría pensado que haría en este rincón del planeta.
Así, rodeados de un paraje dramático, solitario y evocador que queda grabado en nuestra retina, comprobamos que hay que arriesgar para obtener a cambio experiencias como esta. Nos llevamos una tierra viva y fascinante que ha conseguido hipnotizarnos. El lugar más caluroso del planeta para el cuerpo pero, sobre todo, para el corazón y el alma.
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Reportaje realizado a partir de entrevistas con Xavier Gil (especialista en Etiopía y responsable del departamento virtual y web de Tarannà), Enrique Pidal y Pep Rufach, viajeros.
Dallol Taranna from Tarannà Viajes on Vimeo.