Oviedo nos recibe lluvioso. Tampoco es algo extraño. Hemos llegado muy temprano y a las 10 de la mañana ya estamos listos para empezar nuestra visita de tres días a la capital de Asturias. Al salir del hotel nos dirigimos al Mercado del Fontán y entramos por un original pasillo con columnas. Sacamos la cámara y, al instante, se nos acerca una señora muy simpática: “Tenéis que visitar el Museo de Arqueología” nos dice enfáticamente al ver que somos foráneos. Lo haremos, sin duda.
Texto y fotos: Webviajes
Empezar a visitar una ciudad por su mercado principal es un buen modo de empezar. Los mercados representan el latido de una ciudad. En ellos se conoce lo que se come y sabiendo lo que se come podemos deducir muchas cosas de ella. En el Mercado El Fontán destacan las pescaderías con preciosos ejemplares de peces y mariscos frescos. También vemos muchos puestos de productos autóctonos en los que destacan las “fabes” y todo lo necesario para que salgan tan buenas. Chorizos y otros embutidos compiten en los puestos con los espléndidos y variados quesos asturianos, como el gamoneu, el cabrales o el afuega el pitu, en una magnífica exposición de la gastronomía de Asturias.
Los coloridos puestos de frutas y verduras nos indican el amor por el producto de proximidad. Y, como no, las deliciosas manzanas que tanto pueden llegar a la mesa enteras como dentro de una botella transformadas en rica sidra. El Fontán es un precioso edificio bien situado en el centro de Oviedo y lleno cosas ricas. Como fuera llueve nos entretenemos hablando con algunas de las simpáticas vendedoras que esta mañana tienen poco trabajo y muchas ganas de hablar.
Salimos del mercado y nos topamos con la plaza del Fontán de la que el mercado toma el nombre. Es una plaza rectangular, cerrada y porticada que habitualmente está llena de actividad pero que hoy se muestra extrañamente vacía. Aquí vemos la primera de las muchas esculturas con las que nos toparemos durante nuestra estancia en la ciudad. Se trata de una chica sentada en un banco, La bella Lola, y fue donada por el pueblo de Torrevieja con motivo del hermanamiento de ambas ciudades.
Sólo salir de la plaza por un lateral nos topamos con otra estatua, ésta dedicada a las Vendedoras del Fontán. A su alrededor los vendedores de los puestos del mercado ambulante vocean sus ofertas de ropa, bolsos o bragas y sostenes.
Protegidos por un buen paraguas nos acercamos a la Catedral. Solo llegar a la gran plaza de la Catedral nos recibe la Regenta. Ésta es sin duda la escultura con la que un mayor número de personas se retrata. No tan solo por su ubicación privilegiada sino por el personaje que representa, inmortalizado por Leopoldo Alas “Clarín”. Como sigue lloviendo (spoiler, no parará en todo el día) decidimos entrar en la Catedral. Los 6 euros de la entrada nos permiten deambular siguiendo las instrucciones y explicaciones de una audioguía. Recorremos la nave de la iglesia, el museo catedralicio, el claustro y la Cámara Santa donde se custodian reliquias como el Santo Sudario o las cruces de los Ángeles y la de la Victoria, Impacta tener frente a ti el original de la cruz que no solo forma parte de la bandera del Principado sino que está presente por todas partes. Hasta las jardineras que hay en las calles de de la capital de Asturias están decoradas con la Cruz de la Victoria.
Oviedo parece una ciudad de otro tiempo. Acostumbrados al trajín de otras ciudades, Oviedo sorprende por que sigue su propio camino. No hay carriles bici y, por consiguiente apenas se ven bicicletas, ni patines, ni skates. Son muy escasos los grafittis en las fachadas. Casi nadie camina mirando el teléfono, ni jóvenes ni mayores. No se ven contenedores de reciclaje. Hay muchas tiendas que muestran su edad provecta. En todo el centro apenas circulan vehículos y el silencio se impone, roto tan solo por el reloj de la plaza de la Escandalera cuyas campanas tañen a las horas en punto el Asturias patria querida. Lo dicho una ciudad de otro tiempo. Lo cual no es ninguna critica, al contrario.
Como quien no quiere la cosa llega la hora de comer, algo que en Asturias y por consiguiente en Oviedo, es sagrado. Nos acercamos a la calle Gascona que, para quien no lo sepa, es la calle de las sidrerías. Aquí también encontramos esculturas. Una en la parte superior de la calle y otra en la parte inferior, La Guisandera, de de María Luisa Sánchez-Ocaña, un homenaje a todas las madres, y La Gitana de Sebastián Miranda.
La calle Gascona no es muy larga pero a banda y banda está flanqueada por sidrerías, una tras otra, una enfrente de otra, y todas ofrecen un menú que, los días laborables, oscila entre los 9 y los 13 euros. Los miramos todos y nos decantamos por uno que nos parece interesante. Lo es, y sobretodo, muy abundante como uno no tarda en advertir en Oviedo. Cuando se trata de comer las raciones son XXXL. Una sopa espesa de pollo, con trozos de pollo, como entrante caliente, nos entona tras el frío que hemos pasado por la mañana. Un pote asturiano nos hace entrar en proceso de ebullición. Y un pollo a la manzana que casi no halla hueco en nuestros estómagos remata la faena. Y falta el postre, arroz con leche como no. Todo regado con una buena sidra que ya no se escancia a mano como antaño. Las máquinas han substituido a los escanciadores, al menos en los locales urbanos.
Tras esta opípara comida lo difícil es levantarse, pero lo conseguimos con algún esfuerzo. Una de las cosas buenas de Oviedo es que todo está relativamente cerca. Después del madrugón, con una compleja digestión por delante y con la tarde que sigue oscura decidimos acercarnos al hotel para hacer una siesta reparadora. La siesta acaba resultando de las largas y, cuando salimos, una noche húmeda se ha extendido por la ciudad recogiendo a sus gentes en sus casas. Las calles mojadas están silenciosas algo a lo que no es ajeno que el centro histórico esté vedado a los vehículos de motor. Tan solo algunos transeúntes se protegen bajo los paraguas y, eso sí, los bares están concurridos.
Con la noche y la lluvia las luces se reflejan en el suelo y ofrecen un bonito espectáculo. Nos acercamos de nuevo paseando hacia la catedral y antes de llegar nos topamos con otra estatua que nos sorprende, y mucho, ubicada en una esquina de la plaza Porlier. Se trata de El regreso de Willams B. Arrensberg, de Eduardo Úrculo, conocida como El viajero. Representa un viajero que regresa a la ciudad tras recorrer mundo. Ataviado con sombrero y gabardina, con sus maletas y su paraguas, ofrece el aspecto de una persona muy interesante.
Tras nuestra experiencia a la hora de comer entramos en un restaurante lleno de gente (siempre es una garantía) para cenar. Hay fútbol y en el local cuatro televisores en marcha, dos en cada extremo. O sea que una parte de los clientes lo son por el fútbol. Pedimos una cena que se nos antoja frugal y al ver la cara de la camarera acordamos reducirla. Sin duda hemos hecho bien. Al final de la misma todavía nos llevamos al hotel un buen trozo de tortilla de patatas que se nos ha resistido.
A la mañana siguiente no llueve ni se espera que lo haga hasta la tarde. Aprovechamos para andar por una ciudad visitada por el sol ahora sí ahora no. Nos dirigimos a la calle Uría “la más comercial de la ciudad” según nos han repetido una y otra vez. No en vano es la calle que acoge unos muy conocidos grandes almacenes. En la plaza de la Escandalera encontramos dos nuevas esculturas. La soberbia pieza de Botero, La Maternidad, y Asturcón, el grupo escultórico de Manolo Valdés, que homenajea los asturcones, pequeños caballos que todavía se conservan en las reservas naturales asturianas.
Seguimos hacia Uría en busca de Woody Allen, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el 2002. Y al llegar a la calle Milicias Nacionales ahí está. Un Woody Allen esculpido por Vicente Santarúa, que se pasea tranquilo por la ciudad. Uno diría que es un ovetense más que se ha hecho tan habitual que sus convecinos ya no le prestan atención. En su visita a la ciudad Woody quedó prendado de la misma hasta el punto que decidió rodar en ella algunas escenas de la película “Vicky Cristina Barcelona”, de ahí el homenaje.
Es verdad que la calle Uría destaca por la cantidad de comercios, pero nosotros descubrimos otra faceta que nos llama la atención. Son las fachadas de algunos de sus edificios. Vale la pena andar con la vista levantada y dejarse sorprender.
Nos dirigimos hacia el pulmón de Oviedo, el Campo de Sant Francisco, en busca de nuestra querida Mafalda. Y ahí está sentada en un banco, junto el estanque de los patos. La Mafalda que Quino diseño para Oviedo en agradecimiento del premio Príncipe de Asturias 2014 de Comunicación y Humanidades. Quino quiso que Oviedo fuera la única ciudad del mundo, junto Buenos Aires, con una escultura de su célebre personaje.
Al salir del parque nos topamos, como no, con otra escultura. Se trata de La Torera, homenaje a Josefina Carril, una fotógrafa que se dedicaba a hacer fotos en el parque a la clase burguesa de la época.
Antes de comer y para ir haciendo boca nos acercamos a la confitería más famosa de la ciudad, Camilo de Blas. Aunque no queramos comprar sus famosos carbayones o alguna otra de sus especialidades, es obligatorio visitarla puesto que es toda una institución. Y por méritos propios. Es una tienda tan bonita que Woody no puedo resistirse a rodar en ella una escena de su película.
Decidimos pasear por los alrededores a la búsqueda de más esculturas. Ya se ha convertido en un reto. En la confluencia de la calle Argüelles con progreso nos llaman la atención unos traserso, puesto que vemos la escultura por detrás, es el Monumento la Concòrdia. Muy cerca, junto al teatro Campoamor está La Pensadora, de José Luis Fernández. Y en la fachada del teatro dos más. Esperanza caminando, una preciosa imagen de Julio López Hernández que representa una estudiante que anda distraída mientras lee un libro, y sujeta una libreta y una carpeta con la otra mano. Y en una esquina La Bailarina, de Santiago de Santiago, que llama la atención por estar hecha en bronce pulido. Enfrente mismo tiene una de las mayores esculturas de la ciudad, el Culis monumentalibus, de Eduardo Úrculo, que tiene una prima hermana en Barcelona titulada Homenaje a Santiago Roldán.
Un poco más allá, está El Diestro y, en la calle Palacio Valdés, encontramos la última escultura que ha venido a sumarse a la colección, la de Tino Casals, el cantante ovetense que falleció en 1991 en un trágico accidente de circulación. Es obra de Anselmo Iglesias Poli, y mide 1,95 metros.
Tras una comida ligera. No es fácil toparse con un menú ligero en la ciudad, pero hemos logrado encontrar uno en el casco antiguo, seguimos con nuestra particular caza de esculturas. No hay duda que es un modo apasionante de visitar una ciudad (sucede algo parecido con los gnomos de Wroclaw, Polonia). En la bonita y curiosa plaza de Trascorrales encontramos tres de golpe. La Pescadera, de Sebastián Miranda, El vendedor de pescado, de J.A. Gacía Prieto, y una de las más llamativas de toda la colección, La Lechera, de Manuel García Linares. Cuando nos retiramos lo hacemos con el convencimiento que hemos olvidado alguna escultura, pero que será una excusa para regresar en otra ocasión.
El tercer y último día de nuestra estancia en Oviedo amanece frío y lluvioso. Toda una invitación a guarecerse bajo cubierto. Una buena idea es hacer caso a la señora que el primer día nos recomendó visitar el Museo de Arqueología de Asturias. ¡Cuanta razón tenía! A lo largo de tres plantas el museo recorre los orígenes de los asturianos desde la prehistoria hasta la edad media. Sorprende que una parte de la exposición ocupe el antiguo claustro del monasterio de San Vicente. Salimos muy satisfechos con la visita y, mientras buscamos un lugar donde comer un cachopo (no podemos marchar de Asturias sin comer un cachopo) nos topamos con el imponente monasterio de las benedictinas de San Pelayo y sus deliciosas galletas de mantequilla que no podemos resistirnos a comprar.
Tras comer dejamos una ciudad que nos ha sorprendido por muchas cosas. ¿Y el cachopo? Ah, espectacular, pero no hemos podido acabárnoslo.
Mapa de esculturas de Oviedo
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